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BICHOS

PATITO

PATITO

Yo tenía un patito. Lo gané en una feria, me lo dieron en una de esas casetas en las que coges una escopeta que nunca da en el blanco. Disparé a seis patitos amarillos y acerté cinco, a uno en la cabeza, a dos en el cuello y a otros dos en la colita. Bueno, no es que acertase exactamente, fallé todos los disparos, menos el que disparé al aire, que se marchó la bala por el aire, los demás los fallé: apuntaba a un patito y le daba a otro, apuntaba al patito de más a la izquierda y le daba al patito de más a la derecha, apuntaba a un bebé que tenía al lado y le daba al patito del centro. Gané un patito, un patito feo, muy feo, más feo que el Patito Feo, más que nada porque el Patito Feo era un cisne, y el mío sólo era un pato. Un mierdecilla de pato. Un pato cobarde. Un pato feo y cobarde.

Yo tenía un patito. Era un patito feo y cobarde. Oía la campana del microondas y se escondía tras las cortinas. Veía mis zapatillas de andar por casa y se escondía tras las cortinas. Notaba el tacto de las cortinas y saltaba por la ventana. Murió, claro. Al primer salto. Era un patito un poco tonto.

Yo tenía un patito. Era un patito feo, cobarde y tonto. Murió de tontería, pensó que era un suicida y saltó por la ventana. ¿Un patito suicida? ¿Dónde se ha visto eso? Yo le llamaba feo y él no me respondía. Le llamaba cobardica y sólo decía "cuá cuá". Le llamaba tonto y... bueno, nunca le llamé tonto, sólo cuando murió, para que no tuviese baja la autoestima, más que nada, porque tonto era un rato. El caso es que me di cuenta de que los patos no son muy respondones que digamos. Y no saben traerte el periódico. Quizás sí que saben traer el periódico, pero como no saben coger el dinero con el pico, pues no pueden pagar el periódico y en los quioscos no te dan los periódicos gratis. Estuve a puntito de conseguir que llevase las monedas para el periódico en una bolsita de tela que le había cosido, pero murió antes de estrenarla, el muy gilipollas.

Yo tuve un patito. Era un patito feo, cobarde, tonto y gilipollas.

HISTORIA DEL MAMUT

HISTORIA DEL MAMUT

Éste no es ni mío ni nuestro, pero me ha molado:

http://www.infonegocio.com/xeron/mamut.html

Documental de bichos

Documental de bichos

Observen al león avanzar majestuoso en la estepa. Vean cómo el pterodáctilo desciende en círculos y atrapa al león con su poderoso pico. Vuela trabajosamente con semejante carga, pero no le estorbará mucho tiempo. Sólo son unos metros, hasta donde está nuestro infortunado cámara. Vean cómo cae el león sobre el abnegado periodista. Observen, a través de la lente rota, cómo se ríe el pterodáctilo.

Pterodáctilo cabrón.

La vaca

La vaca

La vaca nos da leche. No sabe por qué, ni le importa. Ella sólo pasta tan tranquila en el prado, sin saber que lo hace para darnos leche.
Si supiera hablar diría: "Yo no sé nada". Si supiera pensar, pensaría: "A mí que me dejen en paz. Yo no sé nada". Pero la vaca realmente no sabe nada. Ni hablar ni pensar. Ni siquiera pastar. Pero eso sí lo hace: pastar. Tan tranquila. En el prado.

El gobierno, en cambio, lo sabe todo. Sabe que la vaca nos da leche. Que la leche nos da calcio. Que el calcio fortalece los huesos. Que los niños deben tomar leche para que sus huesos se desarrollen sanos y fuertes. Que, cuando los niños crezcan, irán al ejército. Que habrá una guerra. Que los jóvenes, con el fusil al hombro, marcharán al campo de batalla. Que sus huesos cubrirán el campo de batalla mezclados con los huesos de los soldados enemigos. Que sus huesos serán más fuertes que los huesos invasores. Más blancos. Más relucientes. Porque serán los huesos de jóvenes alimentados con leche de vaca nacional, orgullo de la patria.
La vaca, que no sabe nada, pasta tranquilamente en el prado. Estúpida vaca, que daría leche al enemigo si no fuera por el gobierno. Aportaría calcio para huesos foráneos. Tan tranquila.

Y es que la vaca, digámoslo de una vez, es una inconsciente. No sabe que pasta tan tranquila en el prado gracias a los jóvenes heróicos cuyos huesos quedaron esparcidos por el campo de batalla. Porque esos jóvenes sacrificados y patriotas, antes de ser osamentas, tenían carne y vísceras que, una vez descompuestas, abonaron el terreno e hicieron crecer la hierba. La hierba que ahora mastica la vaca. Tan tranquila.

Suena el himno:
Tachunda tachunda chunda
Tachunda tachunda chunda
Dulce país, madre patria,
vaca de grandes ubres:
con tu lleche llena de calcio
alimentaste los huesos gloriosos
que hicieron las grandes gestas.
Tachunda tachunda chunda
Tachunda tachunda chunda
¡Fémures y tibias,
meniscos y recios cráneos,
costillas y también vértebras,
sublimes esqueletos
entregados a la patria!
Tachunda tachunda chunda
Tachunda tachunda chunda

La vaca escucha. No sabe qué es esa música. La vaca tonta sólo pasta en el prado... tranquilamente.

El gobierno necesita a la vaca. La vaca necesita al gobierno. Pues la vaca no cumpliría ninguna función útil sin el gobierno. Sólo el gobierno conoce el verdadero propósito de la vaca.

¿Y qué dice la vaca de todo esto?
Si supiera hablar, diría "mu".
Pero, como no sabe, sólo muge.

Un barquito francés

Un barquito francés

Había una vez un barquito chiquitito, que no sabía, que no sabía, que no sabía navegar. Resulta que era un barquito francés. Sí, como el sexo ese tan raro que no se hace con los órganos dispuestos a tal efecto, sino con los órganos de comer arroz, macarrones y plátanos (¡ups!, mal ejemplo). Resultaba gracioso ver a este barquito que no sabía, que no sabía, que no sabía navegar responder a la pregunta que todos le hacían al conocerle... no, "¿cómo te llamas?" no, la otra: "¿de dónde eres?". Porque, claro, él decía: "Soy un barquito francés", y se morían todos de risa (unos más y otros mucho más). Quizás el lector aquí se pregunte por qué. "¿Por qué?", qué gran pregunta. Seguramente es la pregunta más preguntada de la Historia de la Humanidad y de la Inhumanidad. Todos los niños, cuando aprenden a hablar y dejan de ser tan bonitos y preciosos y ricos y guapos como cualquiera de sus padres, preguntan por qué: "¿por qué el perro ladra?", "¿por qué el gato maúlla?", "¿por qué el perro si ladra tiene cuatro patas y el gato si maúlla tiene también cuatro patas?", "¿por qué las arañas no ladran ni maúllan?", "¿por qué las arañas hacen ñiñi?", "¿por qué Pakito hace ñiñi cuando imita a las arañas y cuando no las imita también?"... En fin, cosas de niños... Bien, decía que quizás el lector, igual que los niños, se pregunte por qué, esto es, ¿por qué todos se partían la caja al escuchar al barquito chiquitito que no sabía, que no sabía, que no sabía navegar que era francés?, ¿es que acaso pensaban que era un barquito gilipollas?, ¿tanto o más gilipollas que el Niño gilipollas que quería volar?, ¿es que pensaban que, por las noches, cuando nadie le escuchaba hacía ñiñi imitando a Pakito? No, lector querido, no, lo que pasaba es que el barquito chiquitito que no sabía, etcétera, navegar no tenía boca y ¿cómo iba a... eso, si no tenía boca?

Pues eso. Se os quiere.

* La vaca y el cerdito del dibujo sobrán, lo sé, pero es que son unos bichos tan monos...

Sepias

Sepias

Con cuerpo aplanado, diez tentáculos, distribuidos por pares en torno a la boca, aletas alrededor del cuerpo para nadar, y un sifón que le sirve tanto para impulsarse cual jet a reacción como para expulsar un chorro de tinta que ciega a sus enemigos, la sepia es un cefalópodo de lo más elegante.

La sepia no es grande, ni falta que le hace. Mide entre veinte y sesenta centímetros en su etapa de madurez, que alcanza rápidamente. Podría hacerse más grande, si quisiera, pero la sepia es feliz con su tamaño.

Entre los meses de febrero y septiembre, la sepia se reproduce. Si quisiera, podría reproducirse todo el año, pero la sepia es feliz reproduciéndose de febrero a septiembre.

Cuando llega el invierno, las sepias dejan las costas para emigrar a aguas más profundas. No lo hacen por necesidad. Les gusta emigrar a aguas más profundas en invierno.

La sepia no tiene ambiciones. No hay sepias políticas, ni multimillonarias, ni nada por el estilo. Las únicas sepias que se distinguen de sus congéneres son aquellas que tienen un final tan cruel como sublime: convertirse en ración de sepia a la plancha.

Pakito

Zoológico

Zoológico

Las hormigas
sólo saben ser hormigas,
y se resignan
bajo el peso de una miga.

El elefante barrita
porque le duele la patita.

Y el cocodrilo...
el cocodrilo es otra historia.

Pakito

Las jirafas tienen el cuello tan largo...

Las jirafas tienen el cuello tan largo...

Las jirafas tienen el cuello tan largo por definición, eso me quedó bien clarito el otro día. Ahora bien, ¿quién hizo la definición de las jirafas?, ¿qué extraño o cómico-extraño ser podría estar interesado en definir a las jirafas así, con el cuello largo? Yo creo que fue un vendedor de corbatas, sí, uno de esos currantes que van a comisión, que necesitan vender y vender para ganar algo de pasta extra a final de mes o, quizás, para que les cuelguen su foto enmarcada de "Vendedor del mes" en un marco del Todoauneuroomás. Un vendedor de corbatas, un maldito vendedor de corbatas a comisión: el diablo de las jirafas.

Hace un par de días me crucé con una jirafa joven, de unos seis meses, y ya contaba que llevaba semanas con tortícolis, la pobre. "Tiesa, todo el día tengo que estar tiesa como un mástil si quiero conseguir alguna hoja que me quite el hambre", lloraba desconsolada y, a la vez, llena de rabia e ira, seguramente pensando en el maldito vendedor de corbatas que las definió. Se llamaba Curri, era una jirafa jovenzuela y salsera, que eso sí, contoneaba su cuello que daba gusto.

Algo bastante similar sucede con los muelles. ¿Qué me dicen de los muelles? Claro, no me dicen nada, a ustedes estas cosas no les importan, qué les van a importar, pero yo les voy a contar de todas formas lo que pasa con los muelles, porque soy así de cuentero. Todos odian a los muelles. Se rompe un juguete y mil muelles atacan simultaneamente al indefenso niño. Estamos tratando de reparar una radio, cuando de pronto un muelle traidor sale volando, se esconde en cualquier remoto rincón, y ya no podremos jamás reparar la radio, todo por el malvado, maldito muelle. Pero ¿qué culpa tiene el muelle, en el fondo? ¡Imaginen vivir siempre sometidos a tal presión! Y es que el muelle, si uno analiza la cuestión hasta sus últimas consecuencias, no es más que un alambre maltratado. El muelle quiere volver a ser recto, no quiere ser retorcido. Desea escapar a la condena que le ha impuesto un perverso ser con pinzas de retorcer. Por eso se impulsa adelante con la rabia ciega que saca un ojo al tierno infante o nos obliga a comprar una radio nueva.

Por cierto que no hay nada más triste que un muelle en reposo. Cuando ya se ha estirado todo lo que ha podido, por fin libre de la tensión que le aplastaba... se da cuenta de que ya para siempre su cuerpo está mutilado, y su alma se ha convertido en un alma perversa y en espiral. Un alma de muelle. Jamás podrá acceder a la sociedad de los nobles alambres rectos que a veces, como burlándose sutilmente de sus congéneres menos afortunados, trazan una leve parábola. Porque ellos pueden.

¡Hay que ver cuánta perversión existe en el mundo! Podría hablarles también de los cuidadores de bonsais, que hacen pequeñitos a los árboles. ¡Imagínense! Eso tiene que fastidiar mucho, naturalmente... Caramba, es cuestión de dignidad...

Peores son aquellos nefastos individuos que tienden a juntar bonsais y jirafas. Esos sí son odiosos. Como si no fuera suficiente castigo para cada uno de estos seres el que sufre cada uno por su lado, los juntan para joder un poco más a la Madre Naturaleza. Claro, la jirafa con su enorme cuello, cuando quiere comer las hojas del bonsai, que no levanta dos palmos del suelo, debe retorcerse cual muelle, con gran dolor de cervicales. Y si alguien cree que esta incomodidad de la jirafa beneficia al arbolito ¡qué equivocado está! No: lo que es llegar a las hojas, la jirafa acaba llegando. Y como el bonsai es pequeñito, se queda enseguida sin hojas, ¡y no vean cómo jode!

¿Y de los vendedores de martillos qué me dicen? Ésos sí que son malvados y malandrines. Todo el día intentando vender un martillo tildándolo de asesino. Los niños-clavos los odian, y los temen. Un martillo, por sí solo, no es mala gente, si por él fuera, ningún clavo ni clavito tendría que morir ahogado en una pared o en un tablón de madera y con dolor de trasero. Sin embargo, los vendedores de martillos, que también van a comisión, nos hacen creer que para eso están los martillos, para asesinar clavitos. ¡Ay del día que los clavos y los martillos unan sus fuerzas! ¡Quisiera yo ver a un vendedor de martillos entonces!, seguro que acababa bien clavadito en cualquier pared o en cualquier tablón de madera. Y como se les unan las jirafas ya ni os cuento, los vendedores de corbatas acabarían ahorcados, con su prenda preferida clavada en cualquier pared, enmarcados en un marco de Todoauneuroomás y en su propia infamia. Sería curioso, sí, y es que los vendedores a comisión suelen ser fastidiones por definición.

© PakiyCerrocómic-extrañ